Escuchar Jazz: El Arte de Estar Presente

 



Quien haya presenciado un concierto de jazz en vivo sabe que la experiencia va más allá de la mera audición. Uno se acomoda en la butaca, el murmullo se disipa, y el quinteto sube al escenario: trompeta, saxo, piano, contrabajo y batería. En algunos temas el pianista ofrece una breve introducción: unas pocas notas que marcan el clima, el pulso emocional de lo que está por venir. Luego, los instrumentos de viento se entrelazan en una melodía compartida, quizás reconocible, quizás no. Pero hay un tema ahí, una estructura inicial que actúa como punto de partida.

Lo que sigue puede ser desconcertante o fascinante. El saxofonista se lanza en una improvisación, el trompetista espera su turno, el resto sostiene el flujo con sutileza. Y entonces, ocurre algo curioso: a veces la música atrapa de inmediato, otras, parece un idioma desconocido. ¿Por qué? Porque el jazz, a diferencia de otras músicas, no se entrega fácilmente. Exige una forma particular de atención, una disposición activa, casi una forma de empatía.

Escuchar jazz es acompañar la intención y la reacción que se produce entre los músicos en el instante mismo de la creación. Cada frase improvisada es una idea lanzada al vacío, esperando ser comprendida. Es un diálogo sin palabras, una conversación abierta entre quienes tocan y quienes escuchan. Para entrar en ese intercambio, hay que estar atento a los matices, a los silencios, a las respuestas sutiles entre los instrumentos. No alcanza con oírla como quien deja correr la radio de fondo; hay que prestarle el cuerpo y la mente.

 Con el tiempo, el oyente empieza a captar patrones, a reconocer estilos, a distinguir entre un solo que conmueve y otro que se disuelve en la nada. Como ocurre con el cine, el deporte o cualquier arte: al principio todo es novedad, pero cuanto más se conoce, más se disfruta. Se desarrolla una sensibilidad, una capacidad crítica, una forma de apreciación que transforma la escucha en un acto profundo.

Charlie Parker, con su vértigo melódico y su lirismo agudo, no tocaba para entretener superficialmente. Tocaba para decir algo, para conmover, para explorar. Y si uno logra seguirles el rastro a esas ideas fugaces, puede descubrir un universo.

En última instancia, el jazz no se comprende del todo con la razón. Es un arte que sucede en tiempo real, donde cada ejecución es irrepetible. Por eso, escuchar jazz es una práctica, una búsqueda, una forma de estar en el presente. Es el arte de estar ahí, con todos los sentidos abiertos. Por Marcelo Bettoni

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