Adolphe “Tats” Alexander: La memoria viva del jazz de Nueva Orleans
En el intrincado mosaico del jazz de Nueva Orleans, algunos nombres resuenan como pilares fundamentales, no solo por su destreza musical, sino también por su papel como custodios de una rica tradición oral. Uno de estos personajes es Adolphe "Tats" Alexander(clarinetista), un músico cuya historia encapsula la evolución de este género, desde las marchas funerarias hasta las vibrantes bandas de salón.
Nacido el 15 de julio de 1898 en el corazón de Nueva Orleans, Alexander
creció rodeado por el sonido de las brass bands. Su padre, un
multiinstrumentista que tocó en agrupaciones legendarias como la Golden Rule y
la Original Tuxedo Band, fue su primera influencia. Aunque intentó enseñarle
trompeta, pronto delegó la tarea al maestro Paul Chaligny, iniciando así un
periplo de aprendizaje que más tarde lo llevaría a estudiar clarinete con el
gran Luis “Papa” Tio y posteriormente con Alphonse Picou.
Alexander vivió de cerca la transición de las bandas de ragtime al jazz,
destacándose en diversos instrumentos, como el clarinete, saxofón y corno
barítono. Su versatilidad le permitió formar parte de agrupaciones legendarias,
incluyendo la Tuxedo Band, dirigida por figuras como Oscar “Papa” Celestin y
William “Bebe” Ridgley. También tocó con Manuel Pérez en el Roof Garden del Pythian
Temple, y más tarde se unió a la banda de Sidney Desvignes, tocando en el
famoso barco Capitol.
Pero la historia de Alexander no es solo un recorrido por las grandes
bandas; es también un testimonio de resiliencia. Durante la Gran Depresión,
encontró refugio en la WPA Band, una de las iniciativas gubernamentales que
ayudaron a preservar la música en tiempos difíciles. Después de la Segunda
Guerra Mundial, regresó a Nueva Orleans, donde continuó tocando con Celestin
hasta que un derrame cerebral lo apartó temporalmente del escenario.
La enseñanza y la tradición oral
Alexander no solo fue un ejecutante, sino también un puente entre
generaciones. Desde joven fue consciente del valor de la tradición oral. A
través de su testimonio, sabemos que su padre no solo tocaba en bandas de
música fúnebre, sino que también innovaba, integrando elementos de jazz en sus
interpretaciones.
En una época en la que las partituras eran escasas y la improvisación era
la norma, los músicos confiaban en su oído y en la transmisión directa de
conocimientos. Alexander recuerda con cariño los métodos de enseñanza de los
hermanos Tio, a quienes consideraba mejores maestos que Picou, debido a su
paciencia y atención al detalle.
Alexander nos ofrece una visión única de la vida de los músicos de Nueva
Orleans. Desde las marchas fúnebres, que considera fáciles de ejecutar por su
tempo lento, hasta los vibrantes desfiles de regreso del cementerio, más
desafiantes por su ritmo rápido, cada aspecto de su testimonio nos sumerge en
el alma de una ciudad donde el jazz es una forma de vida.
Sus relatos también nos recuerdan la fragilidad de la memoria histórica.
Muchas de las composiciones de su padre fueron quemadas, y parte de la música
de figuras como John Robichaux fue vendida y dispersada. Sin embargo, gracias a
músicos como Alexander, estos fragmentos de historia han sobrevivido, tejiendo
una narrativa rica y compleja que sigue inspirando a generaciones de músicos y
aficionados.
En sus últimos años, Alexander permaneció como una figura respetada en la
escena musical de Nueva Orleans, recordando con orgullo sus contribuciones y
las de sus contemporáneos. Su historia es un recordatorio de que el jazz no es
solo música; es una crónica viva de la experiencia humana, con sus alegrías,
luchas y triunfos.
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