La paradoja del jazz en la era digital: entre la inmediatez y la expresión auténtica
En el mundo actual, donde las redes sociales dominan la
manera en que consumimos contenido, muchos músicos enfrentan un dilema: ¿cómo
desarrollar una expresión auténtica cuando el formato digital exige inmediatez
y exhibición técnica? La tendencia a resumir la música en fragmentos de pocos
segundos, donde prima el virtuosismo deslumbrante por encima de la construcción
de una identidad sonora única y personal, ha cambiado la manera en que los
músicos se presentan y se perciben.
Este fenómeno contrasta con lo que expresaban grandes
figuras del jazz como John Coltrane, Thelonious Monk o Miles Davis. Estos
músicos no tocaban para impresionar, sino para comunicar algo profundo,
espiritual y personal. Su música no se basaba en la repetición mecánica de
escalas o patrones ensayados, sino que se centraba en la búsqueda de un
lenguaje propio. Sin embargo, en la actualidad, muchos instrumentistas parecen
atrapados en la necesidad de condensar su talento en ejecuciones explosivas y
breves, ya que esto es lo que el algoritmo premia y el público consume
rápidamente.
No solo los músicos han cambiado su manera de expresarse,
sino que también la audiencia ha modificado su forma de escuchar. Plataformas
como TikTok o Instagram han reducido la paciencia del oyente promedio,
acostumbrándolo a estímulos inmediatos y fragmentados. En este contexto, ¿se
puede educar al oyente para que valore la música más allá de la
espectacularidad instantánea?
Si bien el formato corto ha permitido que más personas accedan
a la música, también ha incentivado una recepción superficial, donde se
priorizan los clips llamativos sobre la escucha profunda. Para que la audiencia
recupere la apreciación del desarrollo musical, es fundamental generar espacios
de difusión donde se promueva la atención prolongada, como podcasts, ciclos de
escucha en vivo y producciones audiovisuales que expliquen el proceso detrás de
la interpretación.
Algunos músicos han logrado navegar la era digital sin comprometer
su identidad artística. Artistas como Esperanza Spalding, Brad Mehldau o
incluso Kamasi Washington, Robert Glasper entre otros han sabido utilizar las
plataformas sin reducir su arte a meros fragmentos virales. En lugar de
perseguir la aprobación inmediata, han desarrollado estrategias donde combinan
contenido breve con materiales de largo aliento, como discos conceptuales,
videos explicativos o sesiones en vivo extensas.
Además, hay alternativas a los formatos virales: el uso
de plataformas de nicho como Bandcamp, la creación de contenido educativo en
YouTube o la difusión a través de newsletters y podcast especializados han
demostrado ser caminos viables para los músicos que buscan trascender la
dictadura del algoritmo.
Uno de los efectos más preocupantes de esta tendencia es
su impacto en la enseñanza del jazz. Muchos jóvenes instrumentistas, en su afán
por destacar en redes, priorizan la ejecución de patrones complejos y pasajes
veloces sobre el desarrollo de un discurso musical propio. En las aulas y
conservatorios, se vuelve cada vez más difícil conversar con los
estudiantes de la importancia de la interpretación, cuando todo a su alrededor
sugiere que el éxito se mide en vistas y likes.
Para contrarrestar esta presión, es necesario que los
profesores fomenten el desarrollo integral del músico. Esto implica rescatar la
importancia de la interacción en vivo, la escucha atenta y el análisis de grabaciones.
Enseñar que la música no es solo una exhibición técnica, sino una conversación
que necesita tiempo para madurar, puede ser la clave para evitar que la
inmediatez digital desplace la esencia del jazz.
El verdadero reto para los músicos de hoy no es solo
dominar su instrumento, sino encontrar maneras de trascender las limitaciones
del formato digital sin renunciar a la expresión genuina. En un mundo dominado
por la inmediatez, la esencia de la música sigue siendo la misma: contar una
historia, transmitir una emoción y permitir que la identidad de cada artista se
desarrolle sin estar sujeta a la urgencia del consumo rápido.
Más allá de la efervescencia de las redes, el jazz sigue
siendo un espacio de exploración infinita. La clave está en recordar que,
aunque la tecnología imponga sus propias reglas, la música tiene su propio
tiempo, su propio pulso y su propio camino hacia la trascendencia.
Por Marcelo Bettoni
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