El arte de reseñar discos según Haruki Murakami
El arte de reseñar discos según Haruki Murakami
En el rincón más íntimo del hogar de Haruki Murakami no hay escritorios ni bibliotecas: hay vinilos. Más de diez mil, según cuentan. Y no es exagerado pensar que cada uno de esos discos encierra una historia que podría contarse como una novela breve. En su nuevo libro, Retratos de jazz, el autor japonés —célebre por obras como Tokio Blues y Kafka en la orilla— confirma, una vez más, que su verdadero lenguaje es el del sonido: escribe como quien escucha.
Dice Murakami:
“Dexter Gordon era para mí el gran héroe del jazz… sentía en sus sílabas el resonar de la atmósfera jazzística, su aroma, como el olor a pólvora que flota en el aire después de un disparo” (Murakami, 2025, p. 12).
Lo que propone este libro no es simplemente una lista de recomendaciones. Murakami elige el gesto modesto de la reseña —ese género menor, según algunos— y lo eleva a la categoría de ensayo emocional. Al escribir sobre jazz, como al escucharlo, hay que tener oído. Y Murakami lo tiene.
Cuando habla de Chet Baker, por ejemplo, lo retrata como un alma frágil que toca para no romperse:
“Conmueve, sin duda, nuestros corazones… reconocemos en nosotros algo que hay en él, algo que quizás también hayamos vivido. Algo que duele” (Murakami, 2025, p. 24).
El jazz como espejo, como herida compartida. O como en el caso de Jack Teagarden, donde afirma que esa clase de intimidad musical ya no suena en ningún lugar. Murakami no habla de técnica ni de historia, sino de atmósferas: momentos de escucha, vinos y cafés, discos escuchados a medianoche en soledad. Esa es su forma de crítica: una vivencia.
La tradición de escritores que se han acercado a la música con pluma afilada y oído sensible no es nueva. Pensemos en la erudición barroca de Alejo Carpentier, en la pasión sin filtros de James Baldwin, en el oído melódico de Julio Cortázar o en las sinestesias de Virginia Woolf. Pero Murakami se sitúa en otro lugar: no pretende saber más que nadie, solo quiere compartir el asombro.
“Quizá precisamente por eso no me resulta fácil escribir sobre jazz. Se trata de algo demasiado íntimo… aunque, a pesar de todo, acabo animándome a hacerlo” (Murakami, 2025, epílogo).
Esa intimidad es la que logra transmitir al lector: que escuchar a Stan Getz es como despertar a un lobo hambriento en la nieve; que Thelonious Monk suena como si Georges Bataille escribiera una fuga para piano; que Frank Sinatra no necesita sudar para brillar. Porque, como dice el propio autor, quien domina el lenguaje es, ante todo, alguien que sabe escuchar.
Y Murakami escucha. A Ornette Coleman, a Teddy Wilson, a Cannonball Adderley. Escucha no solo las notas, sino también los silencios, los climas, los mensajes ocultos. Y entonces escribe. Para que nosotros, los lectores, corramos a buscar esos discos, los pongamos a sonar, y escuchemos —en ese leve suspiro— el comienzo de un viaje.
Lo fascinante de Murakami no es solo su oído afinado, sino su forma de contar la música como quien comparte un secreto al oído. Lo que podría haber sido una guía de escucha se convierte en un mapa emocional. Sus reseñas funcionan como espejos del alma: no explican, evocan; no clasifican, acompañan.
En este sentido, Murakami no ejerce la crítica musical en un sentido técnico o académico. Lo suyo se parece más a una conversación entre amigos a la salida de un club de jazz, cuando las palabras no alcanzan pero, aun así, se intenta decir algo. Como si cada texto fuera una forma de agradecer lo escuchado. El jazz, entonces, no es objeto de análisis, sino sujeto de experiencia.
En una época saturada de opiniones veloces y juicios categóricos, Murakami apuesta por otra cosa: una reseña que respira, que se demora, que busca capturar no el sonido del disco, sino el eco que deja en quien lo escucha. Y ahí, quizás, radique el arte de leer el jazz como quien escucha literatura.
Fuentes:
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Murakami, Haruki. Retratos de jazz. (Traducción al español, Tusquets, 2025).
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Espinosa, Pablo. “El suspiro como una de las bellas artes”. La Jornada, 5 de abril de 2025, p. A12.
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