Emily Remler: El arte de abrirse paso en un mundo de gigantes. Parte 1
Pocas trayectorias en el jazz moderno condensan tanto coraje, virtuosismo y sensibilidad como la de Emily Remler. Su testimonio autobiográfico —tan conciso como revelador— no solo da cuenta de sus primeros pasos profesionales, sino que nos invita a repensar el papel de la mujer en una escena musical aún dominada por figuras masculinas. En la década de 1980, Remler emergía como una de las guitarristas más lúcidas de su generación, llevando la voz de su instrumento a una madurez poco común a tan temprana edad.
Formada en Berklee College of Music, compartió aulas
con músicos que luego serían referentes indiscutidos del jazz contemporáneo:
John Scofield, Mike Stern, Pat Metheny y John Abercrombie. Pero lejos de quedar
eclipsada por estas luminarias, Remler supo tejer su propio camino, absorbiendo
las influencias del bebop, del swing y de la fusión, para forjar un lenguaje
expresivo profundamente personal. Fue precisamente en ese entorno académico
donde conoció a Herb Ellis, una figura clave en su ascenso, quien no solo la
apoyó públicamente, sino que la presentó al productor Carl Jefferson de Concord
Records.
Apenas con 19 años, Emily ya compartía escenario con
veteranos como Jake Hanna y Tal Farlow. A los 22 firmaba su primer contrato
discográfico, un hecho inusual en una industria que tradicionalmente marginaba
a las mujeres instrumentistas, y aún más en el terreno de la guitarra de jazz.
Su relato sobre aquellos años revela no sólo el
vértigo de los comienzos, sino también una percepción clara de su lugar en la
escena. “Probablemente ayudó que yo fuera mujer”, confesaba con franqueza. No
desde la condescendencia, sino desde una conciencia aguda de que su “unicidad”
operaba como un arma de doble filo: le abría puertas, sí, pero también le
exigía demostrar una y otra vez que su talento estaba a la altura —o más allá—
de las expectativas. Esa demostración fue constante y rotunda. Su técnica
limpia, su fraseo melódico con raíz bop, su manejo del tiempo y del espacio
armónico, la llevaron a ser respetada por gigantes como Hank Jones, Bob Moses,
McCoy Tyner y Rufus Reid.
La decisión de establecerse en Nueva York terminó de
afianzar su carrera. En una ciudad donde el jazz aún dictaba su propio pulso,
Emily encontró no sólo un entorno fértil para desarrollarse, sino también un
espacio donde podía tocar, grabar y ser escuchada sin mediaciones. Su frase
—“todo como resultado de estar en Nueva York”— es testimonio de una época donde
la geografía aún definía el destino de una carrera musical.
El legado de Remler, aunque truncado por su temprana
muerte en 1990, sigue vivo en sus grabaciones, en sus entrevistas, y en el eco
de quienes la escucharon en su momento justo. Su obra no pide ser medida en
función de su género, pero tampoco puede ser separada de él: fue mujer,
guitarrista y jazzista en tiempos en los que esas tres condiciones no solían
confluir con naturalidad. Lo hizo con gracia, profundidad y una honestidad
conmovedora. Remler no sólo tocaba jazz. Lo pensaba, lo habitaba y lo devolvía
al mundo con una frescura que aún hoy resulta vital.
Por Marcelo Bettoni
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