Yo también canto a América”: Juneteenth, resistencia y dignidad sonora en la historia afroamericana

 





Cada 19 de junio, la conmemoración de Juneteenth resuena como una fecha clave en la memoria histórica afroamericana. Más allá de su carácter festivo, este día evoca la complejidad de una libertad anunciada con retraso —la de los últimos esclavizados liberados en Galveston, Texas, en 1865— y expone las tensiones profundas entre emancipación legal y ciudadanía efectiva. En este marco, la bandera estadounidense —ese emblema tantas veces disputado— se convierte en símbolo contradictorio: de promesas incumplidas y, al mismo tiempo, de una afirmación desafiante por parte de quienes se negaron a aceptar la condición de “no americanos”.

Durante la Reconstrucción (1865–1877), los desfiles de emancipación se desarrollaron en un clima de amenaza constante. Aún con la abolición formal de la esclavitud y las enmiendas 13, 14 y 15 constitucionales, hombres y mujeres afroamericanos eran brutalizados por el solo hecho de participar en actos patrióticos. Agredirlos por ondear la bandera era una forma violenta de negar su lugar en la nación. Pero aquellos actos —desfilar, cantar, celebrar, resistir— constituyeron, en sí mismos, una forma de reivindicación colectiva.

En este escenario, la música tuvo un rol central como herramienta de resistencia y afirmación identitaria. Las Emancipation Day celebrations no eran solo actos cívicos: eran también performances sonoras. En ellas se entonaban himnos, cantos espirituales y primeras formas de música secular afroamericana, donde se fusionaban memoria, espiritualidad y reclamo político. La música articulaba lo que las leyes prometían y la sociedad negaba.

Las melodías que surgieron de esa experiencia no quedaron encapsuladas en lo ritual. El canto de libertad de entonces resuena en expresiones que, décadas más tarde, darían forma al blues, al gospel y, con el tiempo, al jazz. En cada lamento de un field holler, en cada síncopa forjada en los cuerpos danzantes de las comunidades negras liberadas, en cada improvisación posterior del jazz, se escucha el eco de una historia hecha de heridas y de esperanzas.

Juneteenth, entonces, no es solo una fecha para recordar una victoria demorada. Es un umbral desde el cual repensar el rol que la cultura afroamericana ha tenido en la construcción de una nación que, durante demasiado tiempo, les negó su humanidad. Es también una oportunidad para valorar cómo el canto, incluso ante el terror y el linchamiento, se sostuvo como grito de vida y de justicia.

Cuando hoy alguien entona “I, too, sing America”, como hizo Langston Hughes, no lo hace en tono de sumisión, sino de afirmación. Y si ese canto adopta la forma del jazz, no es casual: es porque el jazz, con su libertad estructurada y su memoria viva, sigue siendo una de las formas más poderosas de decir: aquí estamos, fuimos parte de esta historia, la cantamos, la transformamos. Por Marcelo Bettoni

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