La centralidad de los espirituales en la música afroamericana:
Entre las múltiples tradiciones musicales que
germinaron en suelo afroamericano durante los siglos XIX y XX, los espirituales
ocupan un lugar de relevancia ineludible. Nacidos en el cruce de la experiencia
esclava, la religiosidad cristiana y los patrones culturales africanos, los spirituals
no solo son cantos de fe: son también formas de memoria colectiva, vehículos de
resistencia y matrices formativas de la música afroamericana posterior.
La evolución de los espirituales puede comprenderse
como una transformación estética de prácticas ancestrales de llamada y
respuesta, desplazadas desde el trabajo colectivo al ámbito devocional. Si bien
muchas de estas canciones adoptaron estructuras melódicas que respondían al
marco armónico europeo, sus modos de ejecución conservaron elementos esenciales
de la tradición africana: la repetición como forma de trance, la síncopa, la
improvisación, la variabilidad tímbrica y, sobre todo, la interacción rítmica
entre voz y cuerpo.
La práctica del palmeo (handclapping), como se observa
en cantos como The Buzzard Lope, da cuenta de una complejidad
polirrítmica que articula subdivisiones ternarias (3+3+2) dentro de una métrica
cuaternaria (4/4), generando lo que los etnomusicólogos reconocen como un groove
afrodiaspórico. En este sentido, los espirituales no solo son un repertorio,
sino una forma de escuchar y de participar en lo sonoro, una estética viva que
permeó a todos los géneros nacidos de la experiencia afroamericana.
A fines del siglo XIX, los espirituales comienzan a
ser sistematizados y difundidos fuera de sus contextos originales. El caso
paradigmático es el de los Fisk Jubilee
Singers, grupo vocal de la Fisk University que, en 1871, emprendió una
gira para recaudar fondos interpretando arreglos coralizados y “europeizados”
de espirituales negros. Si bien su presentación formal buscaba legitimar
socialmente esta música ante públicos blancos, también significó una primera
inscripción escrita de lo que hasta entonces era tradición oral, abriendo un
camino para su preservación, pero también para su transformación.
No obstante, lejos de fosilizarse, el espiritual
siguió fluyendo por canales paralelos: se mantuvo vivo en las iglesias
“santificadas” del sur, en los cultos pentecostales y en las redes familiares,
transmitiéndose de generación en generación como un arte de la performance, de
la emoción y del cuerpo. A través de estas vías informales —pero profundamente
significativas— los espirituales se reconfiguraron como gospel en las primeras
décadas del siglo XX, dando lugar a una tradición que aún hoy define el alma de
la música afroamericana.
Cuando los músicos de jazz de Nueva Orleans declaran
que aprendieron música “en la iglesia”, no se trata solamente de una formación
técnica. Lo que se adquiere en ese entorno es una relación corporal con la
música, una concepción colectiva de la expresión y una práctica intensiva de la
improvisación dentro de marcos estructurados. Esta raíz común —compartida con el
gospel y los espirituales— moldea las formas de interacción típicas del jazz:
el diálogo entre solistas y acompañamiento, el uso expresivo del fraseo
rítmico, la adaptabilidad melódica y la atención aguda al entorno sonoro.
Los espirituales no deben entenderse solo como
canciones de fe, sino como sistemas sonoros complejos que organizaron modos de
escucha, de creación y de participación comunitaria. Su estructura repetitiva,
su riqueza polirrítmica y su intensidad expresiva son elementos que no solo
inspiraron al gospel y al jazz, sino que siguen actuando como fuentes vivas en
el hip hop, el R&B o el soul contemporáneo. Los espirituales son, en suma,
la raíz que aún resuena.
Los espirituales afroamericanos no nacen de la nada.
Son el resultado de siglos de dolor, resistencia y sincretismo. En el contexto
de la esclavitud en Estados Unidos, los pueblos africanos adoptaron el
cristianismo lo resignificaron. El Antiguo Testamento,
especialmente la figura de Moisés y el Éxodo, se transformó en símbolo de
liberación. Así nació una nueva música devocional, profundamente comunitaria,
oral, rítmica y emocional.
Entre los siglos XVIII y XIX, los espirituales
crecieron como forma colectiva de expresión espiritual. El canto responsorial
(“call and response”), los movimientos corporales y la repetición generaban una
experiencia viva y compartida.
En 1871, los Fisk Jubilee Singers llevaron estos
cantos a los escenarios académicos, presentándolos con arreglos europeos. Fue
un acto de visibilidad y legitimación, pero también un punto de inflexión: se
ganó reconocimiento, pero se perdió parte de la espontaneidad original.
Mientras tanto, en iglesias rurales y pentecostales, el espiritual seguía
vibrando con su potencia emocional e improvisada.
A partir de 1890, el espiritual se transformó en
gospel. En las iglesias santificadas, surgieron nuevas formas de adoración
musical: se sumaron órganos, armonías sofisticadas, solos intensos y el
“testimonio” como relato personal cantado. Esta evolución sentó las bases del
soul, el blues y el R&B.
En paralelo, el jazz emergente tomó prestados elementos
clave del espiritual: la llamada y respuesta, la improvisación como forma de
identidad, la expresión por encima de la técnica. “Aprendí a tocar en la
iglesia” fue una frase común entre músicos afroamericanos del jazz temprano.
Entre 1920 y 1950, gospel y jazz se consolidaron como
géneros distintos, pero emocionalmente conectados. Figuras como Thomas A.
Dorsey y Mahalia Jackson hicieron del gospel un lenguaje universal de fe y
resistencia. El jazz se profesionalizó, urbanizó, pero no perdió ese fuego espiritual.
Durante las décadas del 50 y 60, el espiritual renació
como herramienta política en el movimiento por los derechos civiles. Canciones
como We Shall Overcome y Go Down Moses se convirtieron en himnos
de lucha. El gospel dio origen directo al soul, y este al R&B y al funk.
Todo estaba conectado.
Hoy, desde los 80 hasta la actualidad, la herencia de
los espirituales sigue viva. Se escucha en el jazz contemporáneo (Wynton
Marsalis, Charles Lloyd, Kamasi Washington), en el hip hop consciente (Kendrick
Lamar), en el neo soul (Lauryn Hill) y en el spoken word. La voz sigue siendo
instrumento de historia, de comunidad y de sanación.
Este es solo un fragmento de las rutas que traza la
música afroamericana. En Las Rutas del Jazz, seguimos explorando este viaje
sonoro que une pasado, presente y futuro.
Por Marcelo Bettoni
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