Una historia en cuatro extremidades: la batería y su formación como lenguaje del jazz. Part 1

 



 

Una historia en cuatro extremidades: la batería y su formación como lenguaje del jazz. Part 1

En los escenarios del jazz, la batería se alza como un instrumento omnipresente. Pero no siempre fue así. Su historia no comienza con un inventor ni con un diseño acabado, sino con una suma de gestos: un músico que, con ingenio y necesidad, reunió tambores, platillos y otros objetos sonoros para hacerlos sonar juntos. Desde las calles de Nueva Orleans hasta los clubes de bebop, la batería fue tomando forma como un artefacto moderno y, sobre todo, como un lenguaje rítmico de raíz afroamericana

Para entender la batería hay que retroceder varios siglos y mirar más allá del instrumento. El latido de los tambores africanos, traído por millones de personas esclavizadas al continente americano, fue uno de los primeros pilares. En lugares como Congo Square, en Nueva Orleans, los domingos eran días sagrados para el tambor: cuerpos en movimiento, percusión, canto y ritual. En esas prácticas comunitarias ya estaba presente la esencia de lo que luego el jazz expandiría: el swing, la improvisación, el groove.

Pero la historia del tambor en América no fue sencilla. Tras la rebelión de Stono (1739), varios estados esclavistas prohibieron el uso de tambores por miedo a su poder comunicativo. Los cuerpos se volvieron instrumentos: palmas, pies, caderas. La música sobrevivió sin instrumentos, pero con memoria.

En paralelo, las bandas militares europeas aportaron el redoblante con bordona, el bombo y los platillos. Estos elementos, tan marciales, comenzaron a formar parte del paisaje urbano estadounidense en bandas civiles y circenses. Lo mismo sucedió con los toms chinos, que llegaron con las migraciones asiáticas del siglo XIX y se incorporarían a la batería décadas después. La historia del instrumento, entonces, es también la historia de una nación migrante.

 

A fines del siglo XIX, la escena del vodevil, el circo y el teatro popular demandaba músicos capaces de hacer más con menos. Los espacios eran pequeños y el presupuesto escaso. Fue en ese contexto donde surgieron los trap drummers: percusionistas que reunían varios instrumentos a su alrededor —redoblante, bombo, panderetas, blocks de madera, cencerros, silbatos— y los tocaban todos juntos.

Este ensamblaje sonoro recibió el nombre de trap set, abreviatura de contraption set (artilugio). No había un diseño único: cada baterista lo armaba a su gusto. Pero ya estaba en marcha la idea de una percusión múltiple ejecutada por un solo músico.

La batería es el único instrumento de la orquesta de jazz que no existe fuera de la modernidad. No hay antecedentes exactos en la música clásica ni una genealogía académica clara. Su historia es la del mestizaje cultural, la invención popular y la transformación del cuerpo en discurso sonoro.

Del tambor africano al pedal de bombo, del vodevil al bebop, la batería ha sido siempre un instrumento en movimiento. Un espejo de su tiempo y una herramienta para subvertirlo. En cada golpe de caja o en cada susurro del platillo ride, resuena algo más que ritmo: resuena una historia de creatividad, resistencia y transformación.

Por Marcelo Betoni


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