Miles Davis según Herbie Hancock: la lección de un gran maestro
La
historia del jazz está repleta de anécdotas que revelan el espíritu de su arte,
pero pocas son tan reveladoras como la que Herbie Hancock cuenta sobre Miles
Davis. Sucedida en pleno concierto durante la década de 1960, esta anécdota se
convirtió en una de las más icónicas del género y resume el genio creativo de
Davis en una lección magistral sobre la improvisación, la escucha y la apertura
a lo inesperado.
Hancock,
joven pianista en el Segundo Gran Quinteto de Miles, recuerda haber tocado
accidentalmente un acorde que no encajaba armónicamente con lo que el grupo
venía desarrollando. Fue un error evidente, de esos que podrían paralizar a
cualquier intérprete. Sin embargo, en lugar de reaccionar con molestia, Miles
respondió con su trompeta, reinterpretando la "nota equivocada"
dentro del discurso musical. En ese instante, el líder del grupo transformó un
tropiezo en una oportunidad, reformulando el sonido y mostrando que, en el
jazz, no existen errores, sino direcciones inesperadas.
Este
episodio dejó una marca imborrable en Hancock. Lo que Miles demostró en ese
momento no fue solo una filosofía musical, sino una forma de abordar la vida.
En el jazz, como en la existencia misma, lo importante no es evitar los
errores, sino aprender a integrarlos y convertirlos en algo nuevo. La clave
está en la escucha activa y la capacidad de adaptación, valores esenciales en
el lenguaje de la improvisación y en la creación artística.
La
anécdota de Hancock nos recuerda por qué Miles Davis fue un artista
revolucionario. Su música siempre estuvo en constante evolución, desafiando
normas y explorando nuevos territorios. Desde el bebop hasta la fusión, pasando
por el cool y el modal, su espíritu innovador no conocía límites. Pero más allá
de sus cambios de estilo, su enseñanza más profunda radicaba en su capacidad de
transformar lo inesperado en belleza, haciendo de cada error una posibilidad de
renovación.
Para
Hancock, aquella lección de Miles se convirtió en una guía para su propia
carrera. Al igual que su mentor, explora sin miedo nuevos caminos, desde la
electrónica hasta el jazz-funk, abrazando lo impredecible como motor de
creatividad. Y es que, al final, la verdadera esencia del jazz no está en la
perfección, sino en la libertad de expresión y la valentía para arriesgarse.
Como demostró Miles Davis aquella noche, la grandeza está en cómo respondemos a
lo inesperado.
Por
Marcelo Luis Bettoni
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